Emociones en una ciudad agitada

Un agua blanca servida en un tazón de barro cocido, con tres hielos flotando, fue la primera rareza en un México que, desde el vamos, pintaba raro. Es que en una tierra con tanta muerte y narcotráfico, la promesa de realizar “los mejores Juegos Panamericanos de la historia” parecía una utopía. Pero los organizadores cumplieron, al menos en  lo que a seguridad respecta, y en Guadalajara todo fue una fiesta. También cumplió el mozo del restaurante Garibaldi, al explicar que lo que estaba en mi mesa era agua de horchata (agua de arroz saborizada con vainilla y canela) y que allá debía pedir “agua natural” si quería disfrutar de la pureza del líquido incoloro, inodoro e insípido.


Después llegaron otras verdades incuestionables: en el circuito panamericano todo es color, música, buena onda y amabilidad; en el deporte amateur, nadie “se pone en estrellita” ni es “inalcanzable”; con apoyo económico –y aunque es una obviedad–, es más fácil lograr buenos resultados….


Todo color de rosa. Ser sede de los Juegos Panamericanos transformó a Guadalajara en una ciudad feliz; “vestida” para la ocasión, con todo pintadito, parquizado y funcionando como se debe. Lejos estuvo la capital de Jalisco de mostrar las miserias de un México manchado de sangre. Y lejos estuvo también de permitir que sucedan hechos violentos, con policías en cada cuadra y patrulleros y helicópteros controlando todo.


En la tele, los diarios y las radios, todo era deporte. Y mientras en los medios nacionales e internacionales se publicaban las muertes por ajustes de cuentas del narcotráfico, en los medios tapatíos se contaban las preseas que el país azteca sumaba, en un medallero que terminó por ser el más abultado de su historia.


Es que los Juegos fueron todo para Guadalajara durante esos 17 días. Se veía en las calles, con las señoras cargando bolsas con las mascotas de los Panamericanos; en las afueras de los estadios, con boleterías abarrotadas de gente; en los comercios y restaurantes, con los vendedores luciendo remeras con la leyenda “Soy Panamericano”; en la amabilidad de sus habitantes, urgidos por satisfacer cualquier duda a un visitante…


Predisposición, por sobre todo. Desde el más alto dirigente, pasando por los más experimentados deportistas, los debutantes y los periodistas, todos estaban felices de ser parte de los Juegos Panamericanos. Compartir un día en la Villa Panamericana lo demostraba, porque Guillermo Coria, el capitán del equipo de tenis, podía invitarte una hamburguesa; o Diego Simonet, el benjamín de la selección de handball, prenderse en una descontracturada charla antes de jugar; o Luciana Aymar, la mejor jugadora de hockey del mundo, aminorar su marcha para relatar cómo había sido el día de entrenamiento de Las Leonas. Nadie tenía problemas para compartir un momento con buena onda. Eso, dicen, es el espíritu panamericano.


Por eso, no extrañaba ver en la pileta de la Villa grupos de lo más heterogéneos compartiendo una tarde de sol; o un “muestrario” de razas almorzando en la misma mesa. Y menos llamaba la atención ver a deportistas que ni se conocían alentar a sus nuevos “amigos” en alguna instancia definitoria.


La mejor cosecha. Asistir a la mejor actuación argentina de los últimos tiempos en los Panamericanos fue un honor. Y es que, aunque uno no tenga nada que ver, se siente parte de la conquista, porque la emoción por los logros contagia. Es un hecho: cuando la que gana es la celeste y blanca, jugamos todos.


La delegación nacional totalizó 75 medallas, con 21 de oro, y estuvo a sólo una de duplicar los primeros puestos que había alcanzado en los Juegos de Río de Janeiro 2007.


Los protagonistas encontraron una explicación al suceso: el apoyo económico que brindó el Ente Nacional de Alto Rendimiento (Enard) para acompañar el proceso de preparación.


Con más dinero, los chicos del remo contaron con embarcaciones nuevas y aportaron ocho medallas (cinco de oro, dos de plata y una de bronce); con más apoyo, las selecciones de handball y hockey masculino pudieron hacer giras previas por Europa y coronar con sendos oros y la clasificación a los Juegos Olímpicos de Londres… Y la lógica se repitió con la vela, el atletismo, el patín, la lucha y el resto de los deportes, más allá de los resultados.


Eso sí, está claro que el apoyo sólo acompaña y ayuda a nutrir el talento y la dedicación que demostraron los casi 500 deportistas argentinos que fueron a los Juegos. Entre ellos, hubo 43 cordobeses, 13 de los cuales volvieron con medallas y abanderados por Cecilia Biagioli, quien diluyó sus  lágrimas en el mar de Puerto Vallarta al ganar el oro en aguas abiertas.


View the original article here

Leave a Reply