Pasar las fiestas decembrinas en Avándaro, Valle de Bravo, con familia y amigos fue un verdadero agasajo para despedir el 2011.
Me fui con un amigo, vecino y compañero de la residencia de Guillermo Delgado y su amigo el doctor Carlos Marcin, quienes resultaron ser grandes charlistas y, como el mundo es un pañuelo, muchos de sus camaradas y conocidos son también parte de mi círculo de amistades y parientes, inclusive de mis antiguos vecinos del condominio donde viví por más de 20 años por la zona de Contadero.
El doctor Marcin está dedicado al trato de personas con autismo, sobre todo niños, y una de sus principales colaboradoras terapeutas es Leny Quintana, mi anterior vecina, que ahora también atiende en Avándaro. Ellos, los que atienden a los enfermos de autismo, son verdaderos apóstoles con un sentido de servicio a la humanidad digno de admirarse.
Antes de llevarme a mi casa me invitaron a comer en la de Guillermo, que está debajo de la cascada y escuchar su cadencioso caer de agua llena de paz.
Carlos traía una comida muy bien preparada por su mujer, una gran cocinera, a base de recalentados. Me instalaron en el jardín y entre los dos hicieron los preparativos para atenderme, fue un verdadero banquete y gusto para el paladar.
Sólo compramos pan recién horneado del pueblo con el que me prepararon exquisitas tortas de pavo en su jugo, bacalao y, aunque no lo crean, de romeritos, esta última fue todo un descubrimiento acompañada de un buen mezcalito y cerveza de temporada. Estuve muy divertida viéndolos desde la ventana en la búsqueda de trastes, manteles, platos y demás utensilios. Confesaron que nunca hacían estos menesteres domésticos.
Arribar a nuestra casa familiar Pino Verde, en Avándaro, es para mí un gran gusto cada vez que voy, tiene una armonía con el entorno y sabor a hogar que propios y extraños lo viven.
Lupe y Piedad, nuestras ayudantes domésticas, trabajaban afanosamente sacando los muebles de jardín y prendiendo chimeneas, entre otras actividades. Son dos mujeres fuertes, bellas, trabajadoras con mejillas coloradas gracias al sano clima donde viven rodeadas de hijos y nietos.
Lupe empezó a trabajar con nosotros cuando su hijo Enrique tenía 14 años y ahora es todo un señor con tres hijos. Una de la niñas, Laurita, ya adolescente le encanta estar con su abuelita ,cocinar y jugar con los perros de la casa.
Platicando con Piedad, que vive por los cerros, me contó que les reparten despensas cada determinado tiempo, pero que contiene dos productos que no saben qué hacer con ellos, soya y amaranto. Mi sorpresa fue mayúscula, pues siendo una buena idea ayudar con despensas, se debería de organizar la entrega con instructores que capaciten a la gente.
Le expliqué el uso y beneficios de los dos productos, al día siguiente me informó que sí venían recetas en los paquetes, que las habían hecho y tuvieron gran éxito.
Llegué un día antes que la familia y amigos, y en el camino a la casa encargué la pierna para el 31 de diciembre, ya todos estaban hartos de pavo y compré toda clase de hortalizas de producción local.
Para mí es un gran regocijo cocinar en estas fechas. Cabe señalar que destacaron las patitas de cerdo a la catalana, platillo dedicado a mi hija que se las devora. Ese día fueron Guillermo y Carlos, quien nunca había comida patitas y se sirvieron tres veces. La pierna del 31 con un adobo de chiles, jengibre y vainilla horneada lentamente despareció de la mesa a los minutos de servirla, acompañada de fresca ensalada de lechugas de la huerta con frutas del lugar preparada por mi nieta Constanza.
De regreso con Guillermo, paramos a almorzar en el tianguis que se pone todos los lunes en el Jardín del Tecalli, (caseta de vigilancia) de Avándaro. Escogimos el puesto de la barbacoa más popular del lugar, nos sentamos en bien arregladas mesas largas; nuestros vecinos nos dirigieron en los pedidos de tacos y salsa, las tortillas recién hechas llegaban en canastitos con sus servilletas bordadas y las tazas de consomé caliente sin una gota de grasa, todo un deleite.
Mi vecina, mientras acunaba a un bebe, pidió la cabeza entera y repeló porque no estaban los sesos, se me antojó muchísimo, pero lo dejé para la próxima vez; en cambio, nos recomendó pedir tacos de mixta, deliciosos y a Guillermo se le ocurrió comprar para nuestros compañeros de la residencia una buena cantidad de esta preparación con sus tortillitas, salsitas y consomé. Llegamos a la hora de la comida, alcanzó para dos tacos por persona y al final nos aplaudieron con gran regocijo, pero les pareció poca la cantidad de comida…
Viva la cocina mexicana.