Pásele al tianguis… pero dentro de prisión

Por encima de los muros del Reclusorio Norte, se asoman las lonas que cobijan la venta de tacos y hasta tenis de marca. Foto: Reforma

Por encima de los muros del Reclusorio Norte, se asoman las lonas que cobijan la venta de tacos y hasta tenis de marca.
Foto: Reforma


Ciudad de México.- La única diferencia entre un mercado y un penal capitalino en cualquier día de visita son los cuatro muros que rodean el complejo.


Esos días, los reclusorios tienen más gente, y como en los tianguis callejeros, los reos y sus familiares caminan por las áreas permitidas para chacharear, conseguir ropa, desayunar o comprarle un juguete al bebé que llora.


Las ofertas para alimentarse dependen del menú que cada interno ofrece y de lo que se esté dispuesto a pagar.


“Pásele, pásele, ¿qué le servimos?”, gritan los vendedores de comida corrida, y “¿cómo quieres tu pollito, a medio cocer o bien doradito?”, vocifera otro con mayor variedad en su carta.


Desde afuera, sólo se ven esos muros que subrayan el encarcelamiento de los internos, pero lo que pasa adentro no dista tanto de la vida cotidiana en libertad.


Porque en los penales incluso hay puestos de tacos de carnitas, con sus respectivas derivaciones: de buche, nana, cuerito, costilla y hasta de trompa o surtido.


Tampoco pueden faltar las gorditas de chicharrón o las quesadillas de queso y pollo, la fruta picada, las “jicaletas” o las alitas a la barbecue… ahí adentro se puede conseguir de todo, hasta pollos al carbón.


De manera oficial, dedicarse al comercio no tiene costo para los internos, pero ellos aseguran que para poder hacerlo deben pagar a las autoridades “concesiones” de hasta 15 mil o 20 mil pesos, además de una renta mensual que depende de las ganancias que obtengan, lo que siempre ha sido negado por las autoridades del Sistema Penitenciario.


Pasadas las 6:00 horas, los reos salen de las celdas para instalar sus puestos, con mesas y lonas improvisadas como techos; la decoración depende del tendero, hay quienes ponen manteles, pero también hay otros que son ambulantes y caminan entre los puestos fijos ofreciendo su mercancía.


Sin embargo, hay un lugar que al menos en el Reclusorio Norte se conoce como “El Reno Vips”, que no es más que un salón improvisado como cocina económica, en donde se puede degustar una sopa, una pechuga asada y un postre por cantidades que oscilan entre los 30 y 80 pesos, dependiendo de la calidad de los alimentos.


La comida es sólo uno de los tantos productos que se ofrecen dentro de las cárceles, pues también hay puestos de ropa y, aunque se puede conseguir variedad de prendas, todas son del mismo color beige que constituye el uniforme de los reos.


Los reos que no tienen un puesto fijo consiguen cualquier cosa que puedan transformar y vender, como los ceniceros, que no son más que tarjetas telefónicas dobladas, por las que piden una cooperación voluntaria que la mayoría de las ocasiones se queda en un peso.


Hay otro reos, por lo regular jóvenes, que venden tenis o zapatos de marca, que en realidad no consiguieron con sus familiares, sino que se los robaron a algún compañero, y por su necesidad de dinero venden hasta en 100 pesos, mientras que en las tiendas pueden llegar a costar más de mil pesos.


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